10 de mayo de 2014

Sentimientos enredados.

En la feria del libro de León he tenido la oportunidad de sentir tristeza.
No ha sido por la presentación de mi novela, que no estuvo nada mal, aunque la mayoría, por no decir todos, fueran amigos.
No, me siento mal por lo que he visto, por lo que sabes, pero que solo ocasionalmente se manifiesta tan crudamente.
Sí, no se puede sentir otra cosa cuando ves que día tras día un buen poeta espera sentado en un carpa, dispuesto a firmar su libro sabedor de que nadie se presentará con él para pedirle que se lo dedique.
Los libros, como el cine o la música y sus autores han caído presas de la globalización en las garras del consumismo estúpido.
No es algo nuevo, no. Lo sé. Pero que pena da pensar que ahora un poemario, una novela, un ensayo, un álbum de música o una película, se compra porque se anuncia, porque se publicita en la televisión o en la prensa o porque su autor es famoso.
La cultura continua siendo fagocitada por el mercado, por el poder del dinero y uno no puede por menos de sentirse muy triste cuando piensa que los libros se parecen mucho más de lo que parece a las grandes marcas de ropa o a las tiendas de las grandes cadenas de ventas de lo que sea.
La mejor expresión de que la divulgación de la cultura ha perdido la batalla con respecto a la venta de best seller es la imagen de un poeta, esperando sentado pacientemente en una carpa vacía. Un genio que sabe que nadie acudirá a él, que se sabe solo, que deja escapar una lágrima cuando termina su turno y se va silencioso, sin llamar la atención, sin decir nada a nadie, sin haber firmado ni un poemario.
Me sentí afortunado en mi presentación en León y en Avilés. Al menos no estaba solo, estaba acompañado por mucha buena gente y muchos de ellos han leído mi libro y sé que lo leerán más. Pero he sentido profundamente la resignación de los poetas.
De esa resignación de quien tiene conciencia de la soledad, de la lágrima que se escapa sin que nadie la vea, nacerá algún día un nuevo poema y quizás ese sea el que se lea y se escuche y se sienta y se disfrute. Y si no es así, tampoco importa, porque lo que importa son esos versos con sus sentimientos enredados.
De esa lágrima que una chiquilla vio resbalar solitaria y resignada nacerá una rima.

No sintáis tristeza. Ese es el triunfo de un poeta.

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