18 de diciembre de 2013


Hacia los confines del mundo. Autor, Harry Thompson. Ed. Salamandra.
Esta novela es la historia de los viajes del Beagle, de Robert FitzRoy, su capitán y de su tripulante más famoso, Charles Darwin. En sus páginas se describe la amistad y el enfrentamiento intelectual de estos dos personajes, al tiempo que se narran la mayor parte de las aventuras del Beagle  durante el mítico viaje que aportó las pruebas para que Darwin desarrollara su teoría sobre la evolución de las especies. De una extensión considerable, sus casi mil páginas se deslizan con facilidad ante nosotros y ofrecen una lectura sin esfuerzo y muy agradable,  sobre todo para todos aquellos que amen la mar, la ciencia, la aventura y los personajes consistentes.  
No quiero hacer, ni hago, ni haré en este blog crítica literaria, solo pretendo hacer una breve descripción inicial para poder explicar a continuación las emociones e impresiones que me provocó su lectura.
Leer “Hacia los confines del mundo” me despertó curiosidad por la capacidad analítica y la mentalidad de Darwin y, fundamentalmente, admiración por la figura del capitán Fitzroy. Admiración, con mayúsculas, al descubrir su manera de entender la responsabilidad, su inteligencia, su fe en sí mismo, su intuición científica, su capacidad para soportar  años viviendo en el Beagle  aislado voluntariamente de su tripulación  e incluso de sus compañeros, los oficiales del barco.  
No está de moda valorar a estos personajes y las virtudes que encarnan, pero yo he sentido (al margen de su ideología) que alguien que antepone la obligación ante sus subordinados y el bien común frente a sus propios deseos, es alguien admirable. Quizás, si socialmente se hubiera valorado más a personas como esta, que han llegado ha derrochar su propio patrimonio, su tiempo y su esfuerzo  para mejorar la vida de los demás, quizás ahora no tendríamos que lamentar el que nuestros gobernantes sean corruptos e ineficaces o que antepongan su propio beneficio al beneficio de los que les hemos elegido.
Desgraciadamente no ha sido así y en nuestro mundo los “Capitán FitzRoy” ya no están de moda. Han sucumbido  frente a politiquillos sin talla y personajillos salidos de los insufribles “realities Shows” que estimulan el egoísmo, la incultura y la irresponsabilidad.
Todo lo que he sentido durante la lectura de este libro puede quedar resumido en uno de los párrafos del final y que para mí representa las impresiones que desde el principio de su lectura me embargaron:
“Pese a todos los cambios que había acarreado el conocimiento, el hombre era, en el fondo, la misma criatura que había sido siempre: perezosa, astuta, desconsiderada y egoísta. Entonces quizás no fuese el hombre el que había cambiado, ni siquiera la sociedad, sino el mismo”.
Lástima que su autor, Harry Thompson muriera prematuramente, podría haber dejado algún otro libro interesante.

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