24 de diciembre de 2013

Una manifestación de arte espontánea y natural.


Una manifestación de arte espontánea y natural.
La mañana se planteaba como un recorrido por Les Garrigues, una comarca de Lleida apartada, de secano y de un terreno pobre para la agricultura excepto por el aceite de oliva, el particular y especialmente suave aceite de arbequina, la producción de algunos vinos y poco cava. Los pinos, las encinas y los robles ocupan allí un terreno pedregoso, más que montañoso. Los valles, más bien barrancos profundos, entre peñas, no permiten cultivos más rentables y quizás, o por esa razón, la despoblación de la zona es manifiesta. El día era gris y amenazaba lluvia. El plan incluía una visita a El Vilosell, un pueblo que no creo que tenga más de doscientos vecinos, una buena comida y poco más. Todo ello en agradable compañía.
El paseo por las estrechas y a veces empinadas callejuelas entre  magníficas fachadas de piedra de arquitectura medieval de El Villosell iba a depararnos una sorpresa inesperada, cuando entre dos casas del siglo XVI ó XVII, en un rincón, el color azul de una pared destacaba ya de lejos entre el uniforme color beige amarillento de la roca de arenisca de los edificios, indicándonos que algo diferente se le ofrecía al transeúnte.
Nos acercamos y delante de una pared pintada de un azul añil, sobre un césped más o menos bien cuidado y con un ciprés por toda compañía se alzaba la silueta de un maniquí de medio cuerpo, retocado sabiamente con los mismos tonos de azul que la pared y erguido sobre dos tubos de acero también del mismo color. En su base una masa de granito de una redondez escultóricamente perfecta soportaba el conjunto.
A su lado, un teléfono móvil a la altura de la mano, sugería soledad.

La obra no es que destacara con el lugar donde se erigía, más bien rompía con todo, pero con delicadeza, con tristeza, diría yo, con la suficiente profundidad sensorial como para que se pudiera considerar “arte”.
 Solitaria, esa manifestación del arte más natural, que nace de una mano no profesional, me hizo percibir por un momento la emoción que su autor debió sentir, cuando una vez terminada su obra, se retiró unos metros y supo que todos sus sentidos le decían que aquello era arte. Estoy seguro que disfrutó y disfruta cada vez que ve su obra, de la impresión melancólica, de soledad, que causa su idea, del impacto que te produce, aunque solo sea un instante. Yo sentí ese impacto.

No soy un entendido, pero siempre he considerado así el arte. Es necesario que impresione, que te haga parar un segundo, detenerte y pensar. Sea bueno o malo, para mí, eso es arte y en este caso, al menos arte espontáneo y natural. 

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