6 de junio de 2014

Charla para la presentación de "Los caminos del agua" en Oviedo.

Gracias Mabel. Por acompañarme en esta presentación, aquí en Oviedo, una ciudad que me trae muchos y muy buenos recuerdos.

En primer lugar agradecerles a ustedes su presencia. Me gustaría entretenerles durante quince minutos sin defraudarles. Espero conseguirlo y para que ustedes se sitúen en el país, con los paisajes donde se desarrolla la trama de esta historia vamos a ofrecerles unas fotografías de Camboya esperando que ello les ayude a conectar con el ambiente de un país tan atractivo como este.

Para los que no lo sepan, Mabel Mariño, que es una especialista en comunicación, faceta que ejerce desde su empresa MTres aquí en Asturias, es  también una experta del lenguaje, así que cuando terminé mi novela y después de que la leyeran en mi familia, le pedí que revisara y corrigiera el texto. Tuve la suerte de que accediera, y además, de aprender mucho con sus orientaciones. Sus ánimos, su impulso y su fe en el libro fueron muy valiosos para mí. Gracias a eso  me atreví a presentarlo en algún concurso literario y acabó siendo finalista del premio Círculo de Lectores primero y publicada por Arrobabooks después, con lo que a Mabel, este libro y yo le debemos no sólo la suerte de tenerla aquí, acompañándome en esta presentación, le debemos mucho más.
Así que muchas gracias, Mabel, esta novela es un poco tuya, como lo es también de otras personas que colaboraron de una u otra forma conmigo y a los que desde aquí les agradezco también su ayuda, entre ellos al equipo de edición del Círculo de Lectores, con Cristina y Karin a la cabeza, a Rafael del Busto y a Julio Llamazares que también me ayudaron o me orientaron en este difícil oficio que no es el mío. Así que cuando lean el libro, si les gusta, piensen un poquito en ellos.

Antes de continuar me gustaría comentar que Asturias en general y Oviedo en particular han sido y son para mí, y para muchos leoneses más, un referente a la hora de estudiar, de trabajar y también de disfrutar. Yo tuve la suerte de vivir aquí durante casi diez años, nunca me desvinculé del todo ni de eta ciudad ni del Principado y si hay una cosa que yo destacaría de Asturias es el carácter divertido, hospitalario y campechano de sus gentes.

A mí, Oviedo me trató muy bien, aquí pasé mi juventud y nunca olvidaré la Calle Mon, la Facultad de Medicina, el Barrio de Buena Vista en el que vivía, o la plaza del Fontán con aquel mercado que era una verdadera maravilla.
Fueron mucho años, muchos amigos y muchas impresiones nuevas para una muchacho de León que llegaba a Oviedo con ganas de conocer un mundo diferente. De todas aquellas experiencias acabaron surgiendo personajes para relatos y novelas como el de Eduardo, un médico asturiano con el que empieza esta  y que es junto con Channa el eje sobre el que gira el libro “Los caminos del agua”.

Abordar la presentación de un libro digital plantea diferencias con otras presentaciones.     Para obviarlas, tenemos para ustedes unos “marcapáginas” y, como ya les he adelantado durante la charla, vamos a proyectar una serie de fotografías de Camboya y de los lugares que me inspiraron la trama de la novela. En ellas aparecen personas que pasadas por el tamiz de la imaginación dieron lugar a algunos de los protagonistas de esta historia.
En cualquier caso, y quizás porque ser la primera novela que publico,  he preferido contarles a ustedes lo que es el libro, pero también lo que este supuso y supone para mi.

Como dijo D. Francisco Umbral o mejor dicho tergiversando un poco el famoso episodio que protagonizó con Mercedes Milá, ustedes lo que han venido aquí es a escucharnos hablar de este libro...
Y quizás debería empezar explicando porqué lo escribí, porqué sigo escribiendo.

Les aseguro que no es nada fácil. Debería poder contarles que esta siempre fue mi vocación, pero la verdad es que más que en vocaciones  yo creo en las influencias de autores, de lecturas, de profesores, etc.

Por otra parte, Todos en algún momento nos hemos sentido atraídos por la imagen que de los escritores se tiene.  Porque ¿cómo no va a sentirse uno atraído por esos personajes que nos presentan como tipos atractivos, enfrentados a ratos a una máquina de escribir antigua, pero que se pasan la mayor parte del tiempo sin trabajar y enredados en alguna conspiración en vez de sentados hora tras hora frente al ordenador?.

Claro que cualquiera que espere conseguir escribir un libro con esos planteamientos, se equivoca de parte a parte porque al menos para mí, aunque me hubiera gustado ser un personaje más bohemio, escribir me ha supuesto todo lo contrario.  Es decir, noches en blanco y retorcer las ideas y las palabras hasta que un párrafo parezca aceptable, para al final acabar,  la mayor parte de las veces, enviándolo con un clic a la “papelera de reciclaje” o lo que es peor, que el editor te lo tache  aconsejándote que lo elimines.

Sí, porque el oficio de escritor debería llamarse borrador o  tachador o corrector interminable, pero uno no se da cuenta de esto hasta que,  engañado por esa imagen idílica,   consigue garabatear un primer relato.    Después…    Después ya no hay marcha atrás.

Por tanto, puede que detrás de muchas vocaciones esté esa imagen novelesca  del escritor interesante, atractivo, aficionado a la noche y a las barras de oscuros tugurios, pero a mi,  desde mi época de estudiante, me empujó más la fascinación que siempre he sentido por todos aquellos que han sido capaces de entretenerme, de embelesarme, de hacerme imaginar una escena detrás de otra gracias a su capacidad para describir un paisaje, un personaje o relatar una historia inventada o real, hablada o escrita, pero siempre una historia bien contada.

La intención de escribir estaba ahí, pero era un proyecto pendiente de realizar para cuando tuviera tiempo, aplazado hasta que me jubilara y sin embargo todo empezó casi sin querer, viajando por Camboya en compañía de mi mujer y de me hija,  después de conocer una familia muy pobre, pero con una dignidad y una alegría de vivir que me impulsaron a  escribir esta novela “Los caminos del agua”

Al menos, ahora se podrá decir de mí que no dejo las cosas para más tarde y que cumplo con el refrán que desde pequeño me inculcaron mis padres de “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.”

La idea de esta primera novela consistía en dejar patentes las diferencias entre el tipo de vida occidental marcada por el consumo, la posesión, el capricho… con la forma sencilla y sin pretensiones de vivir que aún se puede encontrar en algunas aldeas del sudeste asiático.

Este era el tema básico, pero al final cada libro parece que de alguna manera se va haciendo solo, como si el escritor solo pusiera la pluma sobre el papel o los dedos en el teclado y se dejara llevar, porque el libro, realmente, se hace a sí mismo.
Lleva tiempo documentarse, encajar hechos ficticios dentro de un marco real, pero pienso que el género novelesco cuenta con la ventaja para el escritor de que no todo tiene por que ser cierto y que todo puede ser inventado.

Y hablando de temas y tramas, las primeras veces, cuando algún amigo me preguntaba ¿De que va el libro? Veía que no era capaz de explicarlo con claridad y sencillez. Bueno pues resulta que me he dado cuenta que puedo contar unas cosas a unos y otras a otros y que,    lo que les cuente a ambos,     sea completamente cierto.

¿Por qué es esto así?

Pues probablemente porque mi intención fue escribir una novela amena y fácil de leer pero que le ofreciera también al lector la posibilidad de pensar. Y quizás la dificultad de sintetizarla y explicarla con pocas palabras resida en esa aparente contradicción entre entretenimiento y reflexión y, desde luego, en el hecho de que se ofrece al lector más de un tema de fondo.

Claro que un escritor más avezado y más inteligente hubiera preferido tocar en cada libro un solo tema. Si hubiera adoptado esa estrategia probablemente habría conseguido centrar más al lector,  y además, ahora tendría una larga lista novelas en la recámara, cada una con su correspondiente temática, y no como ahora,     que tendré que esforzarme por encontrar contenidos interesantes cada vez que quiera empezar un libro.

Pero como he dicho antes, los libros se hacen un poco a si mismos y este tomó, con o sin mi permiso, la decisión de no dedicar sus páginas a un solo tema.

Otra cosa que me sorprendió,  por la frecuencia con que me lo preguntaban,    era el interés de la gente por saber ¿Cuántas páginas tiene el libro?
Para eso no tenía respuesta, y decía,  y digo,  pues unas doscientas y… algo.     Porque realmente ni sabía ni sé cuantas tiene.

Ante esa respuesta me encontraba dos tipos de reacciones diferentes.
Por un lado advertía gestos de alivio dictados, sin duda, por la impresión de que al menos un libro corto no aburre.
Y por otro estaba la actitud de los que piensan que hoy en día,  no hay libro que se precie si no tiene por lo menos, digamos, 500 páginas.

De cualquier forma, la propia historia, o quizás yo, habíamos decidido ya que era más prudente no aburrir. Eso sí,  puede que desaprovechando una oportunidad para escribir una novela de…  aunque solo fueran… ¿400 páginas?

A pesar de todas esas impresiones mías, yo me sentía muy feliz porque fuera como fuera había conseguido escribir un libro y dejaba atrás un reto, una aventura. Y lo que es más, por aquellos días estaba muy satisfecho porque, aunque no está bien que sea yo el que lo diga, descubrí que la novela  no debía de ser mala después de dársela a leer a mi primera lectora, mi mujer.

Fui feliz porque cuando esperaba que tardara una semana en acabarlo,    me sorprendió leyendo de un tirón más de medio libro, (estuvo leyendo hasta el alba) y al día siguiente por la mañana terminó el resto.

Así que cuando vi , que ante mi ansiedad por conocer su opinión se le humedecían los ojos, me sentí orgulloso, no de haber escrito un libro ameno, sino de tener a mi lado una mujer que me quería tanto como para que en sus ojos apareciera esa satisfacción.

Después ha pasado algo parecido con mi hija, y créanme, nada puede hacer más feliz a un hombre que ver asomar esos sentimientos en los ojos de las personas que quieres.

Y, para aquellos que no lo hayan leído,  volveré a intentar contestas a esa primera pregunta. Porque... Si no es aburrido… ¿Qué temas trata?

Pues sigo como al principio, sin saber concretar y ordenar lo que yo he intentado contar de una forma amena en la novela.

Podíamos decir que hay en ella una crítica al estilo de vida occidental.    
Que se pone de relieve la violencia extrema de la guerra o lo que supone la utilización de niños como soldados. Se puede encontrar en ella un reflejo de las tesis existencialistas, en particular de la obra de Albert Camus, o mi propia versión sobre al lado oscuro del ser humano, que en su momento nos descubrieron Joseph Conrrad o José Eustasio Rivera.
   
También pretende provocar una reflexión sobre la banalización del mal y, sobre todo, es una alabanza a la sencillez, a la mirada limpia de una joven madre, de un niño inocente, de las personas humildes, además de un recuerdo de los paisajes, de los colores y los olores de Camboya.

Vamos, lo dicho en un principio, que para resumir en pocas palabras lo que es mi libro, o lo que supuso para mí, llevo hablando un cuarto de hora  y probablemente, los que no lo hayan leído aún no sepan de que va.

Pues bien, voy a intentar satisfacerles hablando un poco de los personajes que, en el fondo, son quienes cuentan la historia.

Empezaré por Eduardo, un médico asturiano, que por su profesión como la mía podría pensarse que es el que más tiene de autobiográfico y no es así.

En la novela,  todos tienen mucho de ficción y algo de su autor, es como si los personajes fueran una especie de autómatas que copiaran cosas mías y curiosamente el que menos me ha copiado es Eduardo.

Channa, la protagonista camboyana de la novela, existe,  y su chabola, su hijo, su marido y la charca junto a la que vivían también. Una tarde, en aquella aldea de Camboya, descubrí en  su mirada lo fácil que es ser alegre incluso en las condiciones de pobreza más extremas.
De su miseria, del brillo de sus ojos, de su naturalidad, de su asombro, de su belleza interior y también de su inmovilidad y de su falta de ambición nació esta novela. 

Channa no era atractiva, pero parecía feliz y eso  me impulsó a crearla bella. Su personaje y su imagen reúnen en realidad la expresión que he visto en cientos de personas, en cientos de rostros risueños de distintos países, que sonríen constantemente a pesar de vivir en la indigencia.

Lilly, el otro personaje femenino con el que procuro caricaturizar la globalización y la vida en occidente, me provocó y me provoca un sentimiento casi de culpabilidad, de una culpabilidad afectuosa, desde luego.

Creo que esta sensación se debe a mi intento de cargarla con rasgos negativos para afearla, y mi sorpresa fue que como personaje,   Lilly  se negó a ello.
Era como si estuviera viva y tras colocarle un adjetivo peyorativo me suplicaba desde la página ya escrita que lo cambiara, que lo dulcificara, de manera que ante su demanda no me quedó más remedio y le concedí su propia belleza.

Saloth Yatay es un guerrillero del Jemer Rojo en el que procuré resaltar el desinterés, la indiferencia, la ausencia de proyectos, la desilusión y la apatía provocados por el dogmatismo y por la guerra.

Es un personaje frío, impasible, amoral, deformado por el adoctrinamiento desde la infancia para ser utilizado, desde niño, como soldado.

Creo que este es el personaje más carismático de la historia, el más bonito, el más desgarrador, el que desearía interpretar, si yo fuera actor y por supuesto, el más querido por su autor. Sin él esta novela no existiría o no tendría las connotaciones que pretendí darle. Sin él, Los caminos del agua no se habrían encontrado en Camboya.

Así que sin descubrir su trama voy a terminar diciendo que “Los caminos del agua” es una aventura con personajes que entrecruzan sus vidas. Una historia en la que algunos personajes aprenden y encuentran su sitio y otros pierden incluso la oportunidad de vivir. 

Una novela en la que sus protagonistas representan casi por orden de aparición el desengaño, la sencillez, la arrogancia o la apatía, todo ello en un país con unos paisajes tan bellos y una historia tan trepidante y brutal como solo Camboya puede ofrecer.

Un relato en el que los secretos y la guerra del Jemer Rojo me permitieron crear un ambiente de incertidumbre, de suspense y espero que de cierta emoción, porque como siempre digo si una novela no es capaz de entretener y emocionar al mismo tiempo, no merece la pena.

Termino diciéndoles que un libro una vez escrito deja de pertenecer a su autor para empezar a pertenecer a sus lectores y que ya no es importante lo que su autor diga de él sino lo que ustedes piensen, lo que a ustedes les sugiera su lectura.



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