Gracias Mabel. Por acompañarme
en esta presentación, aquí en Oviedo, una ciudad que me trae muchos y muy
buenos recuerdos.
En primer lugar
agradecerles a ustedes su presencia. Me gustaría entretenerles durante quince
minutos sin defraudarles. Espero conseguirlo y para que ustedes se sitúen en el
país, con los paisajes donde se desarrolla la trama de esta historia vamos a
ofrecerles unas fotografías de Camboya esperando que ello les ayude a conectar
con el ambiente de un país tan atractivo como este.
Para los que no lo
sepan, Mabel Mariño, que es una especialista en comunicación, faceta que ejerce
desde su empresa MTres aquí en Asturias, es
también una experta del lenguaje, así que cuando terminé mi novela y
después de que la leyeran en mi familia, le pedí que revisara y corrigiera el
texto. Tuve la suerte de que accediera, y además, de aprender mucho con sus
orientaciones. Sus ánimos, su impulso y su fe en el libro fueron muy valiosos para
mí. Gracias a eso me atreví a presentarlo
en algún concurso literario y acabó siendo finalista del premio Círculo de
Lectores primero y publicada por Arrobabooks después, con lo que a Mabel, este
libro y yo le debemos no sólo la suerte de tenerla aquí, acompañándome en esta
presentación, le debemos mucho más.
Así que muchas
gracias, Mabel, esta novela es un poco tuya, como lo es también de otras
personas que colaboraron de una u otra forma conmigo y a los que desde aquí les
agradezco también su ayuda, entre ellos al equipo de edición del Círculo de
Lectores, con Cristina y Karin a la cabeza, a Rafael del Busto y a Julio Llamazares que también me ayudaron o me orientaron en este difícil oficio que
no es el mío. Así que cuando lean el libro, si les gusta, piensen un poquito en
ellos.
Antes de continuar me
gustaría comentar que Asturias en general y Oviedo en particular han sido y son
para mí, y para muchos leoneses más, un referente a la hora de estudiar, de
trabajar y también de disfrutar. Yo tuve la suerte de vivir aquí durante casi
diez años, nunca me desvinculé del todo ni de eta ciudad ni del Principado y si
hay una cosa que yo destacaría de Asturias es el carácter divertido,
hospitalario y campechano de sus gentes.
A mí, Oviedo me trató
muy bien, aquí pasé mi juventud y nunca olvidaré la Calle Mon, la Facultad de
Medicina, el Barrio de Buena Vista en el que vivía, o la plaza del Fontán con
aquel mercado que era una verdadera maravilla.
Fueron mucho años,
muchos amigos y muchas impresiones nuevas para una muchacho de León que llegaba
a Oviedo con ganas de conocer un mundo diferente. De todas aquellas
experiencias acabaron surgiendo personajes para relatos y novelas como el de
Eduardo, un médico asturiano con el que empieza esta y que es junto con Channa el eje sobre el que
gira el libro “Los caminos del agua”.
Abordar la
presentación de un libro digital plantea diferencias con otras
presentaciones. Para obviarlas,
tenemos para ustedes unos “marcapáginas” y, como ya les he adelantado durante
la charla, vamos a proyectar una serie de fotografías de Camboya y de los
lugares que me inspiraron la trama de la novela. En ellas aparecen personas que
pasadas por el tamiz de la imaginación dieron lugar a algunos de los
protagonistas de esta historia.
En cualquier caso, y quizás
porque ser la primera novela que publico,
he preferido contarles a ustedes lo que es el libro, pero también lo que
este supuso y supone para mi.
Como dijo D.
Francisco Umbral o mejor dicho tergiversando un poco el famoso episodio que
protagonizó con Mercedes Milá, ustedes lo que han venido aquí es a escucharnos
hablar de este libro...
Y quizás debería
empezar explicando porqué lo escribí, porqué sigo escribiendo.
Les aseguro que no es
nada fácil. Debería poder contarles que esta siempre fue mi vocación, pero la
verdad es que más que en vocaciones yo creo
en las influencias de autores, de lecturas, de profesores, etc.
Por otra parte, Todos
en algún momento nos hemos sentido atraídos por la imagen que de los escritores
se tiene. Porque ¿cómo no va a sentirse
uno atraído por esos personajes que nos presentan como tipos atractivos,
enfrentados a ratos a una máquina de escribir antigua, pero que se pasan la
mayor parte del tiempo sin trabajar y enredados en alguna conspiración en vez
de sentados hora tras hora frente al ordenador?.
Claro que cualquiera
que espere conseguir escribir un libro con esos planteamientos, se equivoca de
parte a parte porque al menos para mí, aunque me hubiera gustado ser un
personaje más bohemio, escribir me ha supuesto todo lo contrario. Es decir, noches en blanco y retorcer las
ideas y las palabras hasta que un párrafo parezca aceptable, para al final acabar, la mayor parte de las veces, enviándolo con
un clic a la “papelera de reciclaje” o lo que es peor, que el editor te lo
tache aconsejándote que lo elimines.
Sí, porque el oficio
de escritor debería llamarse borrador o
tachador o corrector interminable, pero uno no se da cuenta de esto hasta
que, engañado por esa imagen idílica, consigue garabatear un primer relato. Después…
Después ya no hay marcha atrás.
Por tanto, puede que
detrás de muchas vocaciones esté esa imagen novelesca del escritor interesante, atractivo,
aficionado a la noche y a las barras de oscuros tugurios, pero a mi, desde mi época de estudiante, me empujó más la
fascinación que siempre he sentido por todos aquellos que han sido capaces de
entretenerme, de embelesarme, de hacerme imaginar una escena detrás de otra
gracias a su capacidad para describir un paisaje, un personaje o relatar una
historia inventada o real, hablada o escrita, pero siempre una historia bien
contada.
La intención de
escribir estaba ahí, pero era un proyecto pendiente de realizar para cuando
tuviera tiempo, aplazado hasta que me jubilara y sin embargo todo empezó casi
sin querer, viajando por Camboya en compañía de mi mujer y de me hija, después de conocer una familia muy pobre, pero
con una dignidad y una alegría de vivir que me impulsaron a escribir esta novela “Los caminos del agua”
Al menos, ahora se
podrá decir de mí que no dejo las cosas para más tarde y que cumplo con el
refrán que desde pequeño me inculcaron mis padres de “no dejes para mañana lo
que puedas hacer hoy.”
La idea de esta
primera novela consistía en dejar patentes las diferencias entre el tipo de vida
occidental marcada por el consumo, la posesión, el capricho… con la forma sencilla
y sin pretensiones de vivir que aún se puede encontrar en algunas aldeas del
sudeste asiático.
Este era el tema
básico, pero al final cada libro parece que de alguna manera se va haciendo
solo, como si el escritor solo pusiera la pluma sobre el papel o los dedos en
el teclado y se dejara llevar, porque el libro, realmente, se hace a sí mismo.
Lleva tiempo
documentarse, encajar hechos ficticios dentro de un marco real, pero pienso que
el género novelesco cuenta con la ventaja para el escritor de que no todo tiene
por que ser cierto y que todo puede ser inventado.
Y hablando de temas
y tramas, las primeras veces, cuando algún amigo me preguntaba ¿De que va el
libro? Veía que no era capaz de explicarlo con claridad y sencillez. Bueno pues
resulta que me he dado cuenta que puedo contar unas cosas a unos y otras a
otros y que, lo que les cuente a ambos, sea completamente
cierto.
¿Por qué es esto así?
Pues probablemente
porque mi intención fue escribir una novela amena y fácil de leer pero que le
ofreciera también al lector la posibilidad de pensar. Y quizás la dificultad de
sintetizarla y explicarla con pocas palabras resida en esa aparente
contradicción entre entretenimiento y reflexión y, desde luego, en el hecho de
que se ofrece al lector más de un tema de fondo.
Claro que un escritor
más avezado y más inteligente hubiera preferido tocar en cada libro un solo tema.
Si hubiera adoptado esa estrategia probablemente habría conseguido centrar más
al lector, y además, ahora tendría una
larga lista novelas en la recámara, cada una con su correspondiente temática, y
no como ahora, que tendré que esforzarme por encontrar
contenidos interesantes cada vez que quiera empezar un libro.
Pero como he dicho
antes, los libros se hacen un poco a si mismos y este tomó, con o sin mi
permiso, la decisión de no dedicar sus páginas a un solo tema.
Otra cosa que me
sorprendió, por la frecuencia con que me
lo preguntaban, era el interés de la
gente por saber ¿Cuántas páginas tiene el libro?
Para eso no tenía
respuesta, y decía, y digo, pues unas doscientas y… algo. Porque
realmente ni sabía ni sé cuantas tiene.
Ante esa respuesta me
encontraba dos tipos de reacciones diferentes.
Por un lado advertía
gestos de alivio dictados, sin duda, por la impresión de que al menos un libro
corto no aburre.
Y por otro estaba la
actitud de los que piensan que hoy en día,
no hay libro que se precie si no tiene por lo menos, digamos, 500
páginas.
De cualquier forma, la
propia historia, o quizás yo, habíamos decidido ya que era más prudente no
aburrir. Eso sí, puede que desaprovechando
una oportunidad para escribir una novela de… aunque solo fueran… ¿400 páginas?
A pesar de todas esas
impresiones mías, yo me sentía muy feliz porque fuera como fuera había
conseguido escribir un libro y dejaba atrás un reto, una aventura. Y lo que es
más, por aquellos días estaba muy satisfecho porque, aunque no está bien que
sea yo el que lo diga, descubrí que la novela no debía de ser mala después de dársela a leer
a mi primera lectora, mi mujer.
Fui feliz porque cuando
esperaba que tardara una semana en acabarlo,
me sorprendió leyendo de un tirón más de medio libro, (estuvo leyendo
hasta el alba) y al día siguiente por la mañana terminó el resto.
Así que cuando vi , que
ante mi ansiedad por conocer su opinión se le humedecían los ojos, me sentí
orgulloso, no de haber escrito un libro ameno, sino de tener a mi lado una
mujer que me quería tanto como para que en sus ojos apareciera esa satisfacción.
Después ha pasado
algo parecido con mi hija, y créanme, nada puede hacer más feliz a un hombre
que ver asomar esos sentimientos en los ojos de las personas que quieres.
Y, para aquellos que
no lo hayan leído, volveré a intentar
contestas a esa primera pregunta. Porque... Si no es aburrido… ¿Qué temas trata?
Pues sigo como al
principio, sin saber concretar y ordenar lo que yo he intentado contar de una
forma amena en la novela.
Podíamos decir que
hay en ella una crítica al estilo de vida occidental.
Que se pone de
relieve la violencia extrema de la guerra o lo que supone la utilización de
niños como soldados. Se puede encontrar en ella un reflejo de las tesis
existencialistas, en particular de la obra de Albert Camus, o mi propia versión
sobre al lado oscuro del ser humano, que en su momento nos descubrieron Joseph
Conrrad o José Eustasio Rivera.
También pretende
provocar una reflexión sobre la banalización del mal y, sobre todo, es una
alabanza a la sencillez, a la mirada limpia de una joven madre, de un niño inocente,
de las personas humildes, además de un recuerdo de los paisajes, de los colores
y los olores de Camboya.
Vamos, lo dicho en un
principio, que para resumir en pocas palabras lo que es mi libro, o lo que
supuso para mí, llevo hablando un cuarto de hora y probablemente, los que no lo hayan leído
aún no sepan de que va.
Pues bien, voy a
intentar satisfacerles hablando un poco de los personajes que, en el fondo, son
quienes cuentan la historia.
Empezaré por
Eduardo, un médico asturiano, que por su profesión como la mía podría pensarse
que es el que más tiene de autobiográfico y no es así.
En la novela, todos tienen mucho de ficción y algo de su
autor, es como si los personajes fueran una especie de autómatas que copiaran
cosas mías y curiosamente el que menos me ha copiado es Eduardo.
Channa, la
protagonista camboyana de la novela, existe, y su chabola, su hijo, su marido y la charca
junto a la que vivían también. Una tarde, en aquella aldea de Camboya, descubrí
en su mirada lo fácil que es ser alegre incluso
en las condiciones de pobreza más extremas.
De su miseria, del
brillo de sus ojos, de su naturalidad, de su asombro, de su belleza interior y
también de su inmovilidad y de su falta de ambición nació esta novela.
Channa no era
atractiva, pero parecía feliz y eso me
impulsó a crearla bella. Su personaje y su imagen reúnen en realidad la
expresión que he visto en cientos de personas, en cientos de rostros risueños
de distintos países, que sonríen constantemente a pesar de vivir en la
indigencia.
Lilly, el otro
personaje femenino con el que procuro caricaturizar la globalización y la vida
en occidente, me provocó y me provoca un sentimiento casi de culpabilidad, de
una culpabilidad afectuosa, desde luego.
Creo que esta
sensación se debe a mi intento de cargarla con rasgos negativos para afearla, y
mi sorpresa fue que como personaje,
Lilly se negó a ello.
Era como si
estuviera viva y tras colocarle un adjetivo peyorativo me suplicaba desde la
página ya escrita que lo cambiara, que lo dulcificara, de manera que ante su demanda
no me quedó más remedio y le concedí su propia belleza.
Saloth Yatay es un
guerrillero del Jemer Rojo en el que procuré resaltar el desinterés, la
indiferencia, la ausencia de proyectos, la desilusión y la apatía provocados
por el dogmatismo y por la guerra.
Es un personaje
frío, impasible, amoral, deformado por el adoctrinamiento desde la infancia
para ser utilizado, desde niño, como soldado.
Creo que este es
el personaje más carismático de la historia, el más bonito, el más desgarrador,
el que desearía interpretar, si yo fuera actor y por supuesto, el más querido
por su autor. Sin él esta novela no existiría o no tendría las connotaciones
que pretendí darle. Sin él, Los caminos
del agua no se habrían encontrado en Camboya.
Así que sin descubrir su trama voy a terminar diciendo
que “Los caminos del agua” es una aventura con personajes que entrecruzan sus
vidas. Una historia en la que algunos
personajes aprenden y encuentran su sitio y otros pierden incluso la
oportunidad de vivir.
Una novela en la que sus protagonistas representan casi
por orden de aparición el desengaño, la sencillez, la arrogancia o la apatía,
todo ello en un país con unos paisajes
tan bellos y una historia tan trepidante y brutal como solo Camboya puede
ofrecer.
Un relato en el
que los secretos y la guerra del Jemer Rojo me permitieron crear un ambiente de
incertidumbre, de suspense y espero que de cierta emoción, porque como siempre
digo si una novela no es capaz de entretener y emocionar al mismo
tiempo, no merece la pena.
Termino diciéndoles
que un libro una vez escrito deja de pertenecer a su autor para empezar a
pertenecer a sus lectores y que ya no es importante lo que su autor
diga de él sino lo que ustedes piensen, lo que a ustedes les sugiera su lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Siempre agradeceré tus comentarios.